Un lugar donde no se miente, conversación con Olvido García Valdés
Miguel Marinas
Libros de la resistencia, 2014
En algunas ocasiones la poesía aparece como un arte de lo íntimo, y no me refiero a un arte que retrate las intimidades de cada uno, sino que la relación que se promueve entre el lector y la poesía suele ser únicamente de intimidad. Además, a algunos poetas les gusta decir que escriben para sí mismos, creando desde una pretendida incomunicación y, paradójicamente, convertidos en los destinatarios de sus propias misivas. De la misma manera, los lectores pueden decir: interpreto el poema a mí manera. Todo es legítimo, pero esa intimidad en la que los autores y los lectores quieren aprehender la poesía, como si de una religiosidad privada se tratara, puede llegar a ser un obstáculo para su recepción a niveles grupales (por no decir sociales) y puede llevarnos a soslayar la poesía como forma de comunicación compartida, leída en público y entendida, aunque con mensajes interpretables por cada uno, de manera generacional o, incluso, contextualizada. Por el contrario, en otras ocasiones, leer sobre literatura nos aleja de la literatura en sí, especialmente si, por ejemplo, la crítica literaria no está al servicio de la poesía y, por tanto de la comunicación y la creatividad, sino del tan habitual -como humano- interés personal de cada uno.
La editorial madrileña Libros de la resistencia viene publicando una serie de libros que tienen, como uno de sus mayores méritos, hacer de la poesía un arte sobre el que hablar y participar. Entre los últimos libros que ha editado podemos encontrar esta conversación entre Miguel Marinas (poeta y filósofo leonés) y una de las poetas españolas más interesantes de los últimos tiempos: Olvida García Valdés, titulada Un lugar donde no se miente. En realidad, estamos ante una conversación que se desarrolló en varios encuentros y que se ha reunido aquí bajo epígrafes que van desde “vivir la vida” a “cuidar el alma”, pasando por “escribir sin engaño” o “la cosa del amor” y desde los que Miguel Marinas interviene no como entrevistador, sino proponiendo temas y puntos de vista para que la poeta pueda hablarnos tanto de su vida como de su obra, pero también de cuestiones aún más intangibles como su formación y su vida profesional, donde la preeminencia de los estudios de filosofía se han convertido en la base de su pensamiento propio y, más concretamente, de su pensamiento crítico sobre el lenguaje y también una razón para la escritura, -filosofía, lenguaje: Wittgenstein-. Así, dice García Valdés: “Entonces, la escritura de un poema, la escritura de poesía, efectivamente, requiere, supone un trabajo que puedes llamar filosófico, de pensamiento crítico sobre la lengua, o de adopción de determinadas posiciones respecto a ella y respecto a la tradición literaria, de conciencia crítica, que excluye la ingenuidad, y que va desarrollando una determina poética, en fin” (pág. 30).
Frente a mentiras y veladuras, tanto como a prejuicios y posturas a la moda, de las que parece se sigue nutriendo la actualidad poética, la poeta expresa su convicción de que la poesía es el lugar en el que no se miente, al menos en el que el poeta no se puede mentir a sí mismo; no una manera de refugiarse de la realidad, sino la capacidad para ir más allá: “Es decir, la escritura no es el lugar de lo que ya sabes, sino el lugar hacia el que vas” (pág. 38). Y, por ejemplo, se moja en la identificación de la corriente poética, “quincallería” dice ella, de los acólitos de Gil de Biedma que siguen campando a sus anchas entre los laurales de la imitación y las ideologías impostadas.
Al fin, nos revela su metodología de trabajo a la hora de crear poesía, que ella resume con las ideas generativas de asociación y desprendimiento. Además, su experiencia de haber publicado poco y tarde (publicó su primer libro a las 35 años) se convierte, según nos explica, en una ventaja para evitar “meteduras de pata”. Sin duda, se agradece leer este libro-conversación por su falta total de pretensiones aleccionadoras, así como por la claridad y por la profundidad de lo que expone, pues no rehúye tratar ciertos aspectos complejos de la creación poética y explicarlo de una manera amena y desenfadada.
Agustín Calvo
Reseña en el nº 377 de Quimera, revista de literatura, abril.